lunes, 24 de marzo de 2008

Viernes 21: ¡Esto si es Islandia!

Me desperté temprano, con impaciencia y muchas ganas de partir hacia donde fuera. Quería explorar, descubrir, deleitarme del impresionante paisaje y la naturaleza islandesa. Y así lo hice durante todo el viaje. Una jornada preciosa, con un tiempo sensacional, y llena de imágenes que tardarán un buen tiempo en irse de mi retina. Una buena muestra que me dejó satisfecho, aunque me quedé con las ganas de estar más días y poder ver más paisajes y lugares imposibles.



La primera parada el parque nacional de Þingvellir, único lugar en Islandia, patrimonio de la UNESCO, a orillas de lago Þingvallavam. Aquí es donde se emplazaba en primer parlamento de la Historia, allá por el año 930. Como anécdota, durante el paseo por el desfiladero, me crucé con una familia lituana con la que intercambie algunas palabras (en lituano, por supuesto). Me sentí como cuando antaño me topaba con alguien de España en el extranjero, más contento si cabe..curioso.





Más tarde, fuimos a ver los geisers, un fenómeno geológico único y elemento esencial de la isla que no podía perderme en absoluto. Agua hirviendo a 100 grados entre laderas nevadas a una temperatura exterior de -1, enorme contraste...nubes de vapor en un paisaje gélido, olor a azufre. Había unos cuantos geisers, pero sólo uno podía apreciarse en activo, expulsando agua al exterior, a una altura que puede llegar a los 50 metros. Flipante, chaval.





Un poco más adelante, otra de las más populares atracciones: las cataratas de Gullfoss ("cataratas de oro"), una de las mejores vistas que he podido presenciar, no sólo en Islandia, sino en todos mis viajes, sólo comparable a la estampa de los Cliff of Moher en la costa de Irlanda. Grandioso y espectacular.



Más, más, más... estaba ansioso por seguir admirando maravillas. Teníamos que volver por la misma carretera para tomar la principal hacia el norte. Por el camino, una parada en Kerið, donde se encuentra el cráter de un volcan inactivo, uno de los muchos esparcidos por la isla.



Lagos y rios congelados, montañas escarpadas cubiertas de nieve, paisajes imposibles que iban cambiando conforme avanzabamos, y caballos, muchos caballos, una especie única de equido similar a un poney, y normalmente muy amigable. Me quedé con las ganas de montarme en alguno.



El camino hacia el norte apenas tuvo paradas. Solamente una en Bifrost, ciudad universitaria, para contemplar el Heðavatn, un lago totalmente congelado donde 2 motoristas daban vueltas a toda velocidad. Unos excentricos estos islandeses.



Ya de noche y, tras cruzar unos parajes practicamente inhóspitos, llegamos a Sauðarkrokur, pueblo de unos tres mil habitantes, ciudad natal de Friorik, y el punto más septentrional en el que he estado en mi vida. Como colofón al esplendido día, tuve la suerte de saborear un sabroso plato de pescado que la madre de Friorik se había encargado de preparar. Que rico estaba, madre mía. No acabé con la fuente por educación que si no... Me fuí a dormir enseguida y con los cinco sentidos rebosantes de estímulos. Lo que se dice un día redondo.

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